Emilia Carlevaro / Caballos de Ajedrez

31 de marzo al 31 de mayo de 2011

Emilia oficia en su discurso como quien impone las manos para dar luz y como quien expone la memoria para pedir disculpas por haber puesto en llamas la verdad. Tienen todas sus salidas al mundo -sus ojos, su piel y sus oídos, además de las restantes- un desboque posible y preciso cuando ocurre, tan salvaje como certero. Salvaje porque intenta exclusivamente dar en el blanco de lo que se siente hondo, y certero porque sabe cuales pueden ser los abismos de un hombre, una mujer o el tiempo. Existen las personas cuyo estado de constante flotación disimula su naturaleza material, su capacidad asociativa, disociativa, trigonométrica y docta. Capacidades que esquemáticamente reservamos para evidenciar en rostros taciturnos y angiospermas cultivados en aularios y que pocas veces celebramos en la belleza y el arte. Sin embargo cerca, donde la pasión ocurre el azar se atemoriza. Sabe que esa fuerza poderosa puede torcer el rumbo y transformar la nada en travesía, en claras luces vibrantes, en placer, en agradables disonancias armónicas. El misterio unido a la certeza, la esperanza unida a lo que desaparece, las bifurcaciones unidas a la mas íntima comprensión de nuestro estado, tan dinámico como suspendido en el tiempo por un lapso. Dejarse llevar, entregar las riendas de lo que se sabe y dejarse conducir por la inteligencia numérica, que no es mas que la inteligencia que hace que la mente dance y ejecute el canto cuando siente la emoción de comprender lo que es incomprensible de cualquier otra forma que no sea la abstracción. Vale tanto una palabra como un número. Bien podríamos salir al mundo gritando tres, cero, uno, cuatro, veinte mil. No habría en tal caso distancia con estar gritando soy feliz, amo el mar, quiero ver la sombra de las nubes sobre el campo. Acerquémonos a esta ventana con la misma ensoñación que sentimos al encontrar un puente, pues lo que vemos afuera es un recuerdo de nosotros mismos. Dejemos que esta muchacha que desciende de un archipiélago profuso, de algoritmos y de las furias oceánicas saque nuestra propia magia a galopar por las ondulaciones de todo lo posible. Amén.

Magela Ferrero.

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