Colectiva / Retratos Contemporáneos o panorama actual de una subjetividad fragmentada

Del 12 de Febrero al 5 de Abril de 2015. Hablar del retrato implica lidiar con la aparición de un sin número de espectros del pasado, de seres antiguos que se aproximan como si aún...

Retratos Contemporáneos o panorama actual de una subjetividad fragmentada

Hablar del retrato implica lidiar con la aparición de un sinnúmero de espectros del pasado, de seres antiguos que se aproximan como si aún estuvieran vivos. El retrato, por una cuestión natural e inmanente, necesita inmortalizar e invocar un instante. Este gesto nos trae la presencia de espíritus ausentes: reyes, reinas, condes, mecenas, comerciantes y papas. Pero esta aparición no solo es la de un ser perdido en el tiempo, de un resquicio de una historia que pasó. Aquí se nos presenta todo un contexto cultural y simbólico registrado en: una diadema, una perla, un tipo de tela, un peinado o algún vestido propio de su tiempo. La obra también nos trae un contexto social que  ha permitido emerger, trascender a ese personaje y no a otro, el retrato siempre nos trae a un ser más “digno que otro”. En su mayoría, este personaje es un “merecido” representante de la monarquía, burguesía o clero, en menores ocasiones: plebeyos o paseantes desconocidos.
Este ser, agraciado en su tiempo, se vuelve entonces actual y atemporal. Mediado por el artista y su técnica es llevado al  museo. El retrato no es pues un acto inocente y objetivo, como una selfie realizada al descuido. Siempre realizado con cuidado y dedicación es un acto simbólico fuerte , tanto por quien lo retrata como por quien tiene la posibilidad de financiarlo y la necesidad de estarlo.
Esta descripción sucinta y acotada del retrato no brinda tampoco la real magnitud del mismo que a los largo de cuatro siglos artistas como Leonardo, Velazquez, Vermeer o Rembrandt, por solo nombrar algunos, no solo han representado personas sino que han dejado su propia huella dando vida a un momento histórico, reflejando un contexto social, político y cultural que los enmarcó. Por todo esto es necesario considerar a la sociología del arte, aquella disciplina que estudia, entre otras cosas, cómo un determinado grupo de personas tienen determinados roles que permiten plasmar, hacer emerger, una cosa y no otra. Generalmente solo nos quedamos con la obra, con el retrato, y confiamos en la similitud como si esta fuese un acto inocente, objetivo, y verdadero.
Entonces: “fijar la imagen de un sujeto en un dibujo, pintura o fotografía”, ya no es una definición apropiada ni representa nuestra época. La breve descripción realizada es solo parte del sentido común y se encuentra anclada a un imaginario anacrónico que la mayoría de nosotros aplicando al referirnos al mismo. Hoy el retrato es otra cosa, y la similitud, como espejo de lo visual, no es espejo de lo real.
Esta muestra intenta brindar una mirada distinta a esa forma de entender el retrato, y exponer las distintas formas que algunos de los artistas contemporáneos de nuestro medio abordan al sujeto y la imagen del mismo. La complejidad con la que tratan el tema, reflejo de la complejidad del sujeto, implica que el trabajo realizado sea vea distinto y extraño. El retrato contemporáneo no tiene por función exclusiva la verosimilitud sino el análisis de la imagen junto con una articulación subjetiva. Un diálogo intermitente que conecta al artista y al otro, al individuo y lo social, o sicoanalíticamente hablando: al ello y al superyó. Estas diferencias con el pasado se deben a distintas razones: diferencias de contexto social, cultural y económico, un rol distinto del artista, un momento propio del campo del arte luego de la ganancia de su autonomía,  la incidencia de las tecnologías, la difusión de las comunicaciones que han puesto la autonomía y la identidad en duda, y la libertad que hoy tiene el artista en decidir cómo articular un discurso propio sobre el sujeto y sobre la imagen contemporánea.
El hombre actual se encuentra a demasiada distancia del hombre del renacimiento como este lo estaba del medieval. Hoy la comunicación global y el sistema económico predominante,  pos-capitalista, la explosión de las comunicaciones ocurridas en los años 90’s con la consecuente difusión e intercambio de imaginarios culturales distantes, la tecnología del sms, el whatsapp, las redes sociales, y a la dilución entre espacio público y privado, hacen que el sujeto contemporáneo se sienta ansioso y con un deseo insaciable. En este estado de condensación simbólica el retrato aparece como una faceta más de estas y otras condiciones sociales, y como forma de resolver, o en un intento de buscar, una nueva definición del sujeto.
A su vez no podemos obviar la consideración que la cultura en la que estamos inmersos, hace un uso de imágenes desmesurado. Los medios de comunicación masivos nos entregan una repetición intermitente de objetos y sujetos banales y efímeros, propiciando la deformación de la percepción que tenemos  de un mundo donde los sujetos terminan diluyendo su frontera con los objetos. Donde el mercado y el mundo coaccionan de forma constante la posibilidad de adquisición de objetos, sujetos, imágenes e ideales a expensas de la promesa de: gratificación visual, emociones descontroladas y felicidad desmedida.
Hoy, y en base a esta posición ontológica singular, las nuevas formas de retratar no tienen tanto que ver con visualidades, paletas  o “estéticas” distintas, sino con construcciones de un sujeto fragmentado. Esa fragmentación que inhibe la percepción de la singularidad de uno mismo, tiene una conexión directa con la alteridad, con el otro, con la proyección que hacemos en ese otro junto con la necesidad de insertarnos en el mundo.
La actitud de los artistas ante esta complejidad ve sus precedentes en: la reproductividad de la imagen que emergiera en el Pop Art, la disección del objeto que hizo el cubismo o la fragmentación del individuo que propusiera el sicoanálisis e investigara el surrealismo.
Es por eso que los trabajos presentes en esta muestra usan la repetición y deformación de imágenes, la dilución u obliteración de significantes y significados. Algunos artistas retratan sujetos y otros lo hacen con ideales del mismo. Podemos ver el vínculo directo con el retratado o una distancia impersonal e insondable. Algunas obras que vemos aquí no siempre retratan al otro sino que son proyecciones subjetivas del artista, tanto de forma clara y directa, como solapada o capciosa. Hoy vemos trabajos que indagan sobre el deseo humano tanto desde un punto de vista personal o como parte de un imaginario colectivo.
Hoy y aquí, nos encontramos, para bien o para mal, muy lejos de ese hombre universal, racional, libre e indivisible que encumbrara la modernidad. Es por eso que no solo se muestran retratos sino un grupo de interrogantes acerca del sujeto contemporáneo, y así de nosotros mismos. Gracias a estos artistas que en sus propuestas nos proponen una o varias de las facetas de esa distancia, con miradas particulares y sensibles, podremos sino resolver y encontrar nuestra propia singularidad, o al menos sí analizarla.


Federico Aguirre de forma impersonal retrata a otros Federico Aguirre que encuentra en Facebook e internet. De esta manera exhibe la distancia afectiva con seres tan familiares como desconocidos.  Federico indaga la posibilidad de volverse un ser singular por encima de una nominación que objetiva.
Paula Delgado nos muestra parte de su larga investigación sobre el imaginario masculino que conectan la belleza y la autoestima. Los participantes son convocados a partir de un llamado a aquellos que se vean lindos. Pero Delgado tampoco desestima su propio deseo ni el deseo femenino colectivo. Esta obra hace también una firme inversión de los mecanismos de poder masculinos  exponiendo el deseo femenino de forma firme y segura.
Martha Escondeur hace un uso de la verosimilitud de forma minuciosa y detenida exagerando de forma deliberada la gama tonal y volviendo la imagen casi un reflejo tecnológico HDR (empelado en fotografía digital). Las imágenes de Escondeur, logran una sutil artificialidad que permite, fotográficamente hablando, capturar tanto el instante como el gesto que humaniza al retratado.
Guillemo García Cruz oblitera parte de los retratos en un juego de sustitución de significantes. Partes de imágenes que desaparecen sin razón alguna hacen del trabajo de este artista una reflexión sobre la imagen misma y sus mecanismos de ocultamiento. De alguna manera la ausencia nos permite comprender el retrato como un recurso artificial que nunca termina de develar a quien realmente se retrata.
Alejandro Gonella duplica, triplica y repite constantemente una misma imagen que obtuvo de internet o de alguna revista. Exhibe el proceso de replicación mecánica con variaciones que surgen del azar o de los fallos de la memoria. Su búsqueda es completamente lo opuesto a lo que cualquier retratista decimonónico intentaría. No hay intención de buscar una similitud fisionómica sino aquellas circunstancias que en el proceso se entrometen para que la imagen no sea lo que debería. Este artista encuentra el placer de pintar al malograr un reflejo de la realidad que ve, a causa de otra parte de la realidad que incide en cada acción.
Jacqueline Lacasa desde hace tiempo trabaja con los discursos de Estado y con los imaginarios colectivos que estos intentan configurar. La deconstrucción que hace la artista de estas imágenes  logra posicionarla como ser político y cuestionador. Lacasa, como varios artistas contemporáneos, redefine su rol y expone las diferencias con aquellos artistas que estaban al servicio del poder. Es la trinidad Artista-Imagen-Estado la que se pone frente a nosotros para poner en duda todo lo heredado.
Lucia Lin hace un compendio de retratos femeninos conectados por el transcurso del tiempo. Cada retrato se hace presente y la singularidad de cada personaje se conecta al siguiente y al próximo. Tiempo y vida, entonces, no son más que sinónimos de la existencia, de lo vivido. La memoria se escapa hacia un olvido inevitable, la vida y el lapso vivido se vuelven presencia plena de un estado transitorio que solo puede ser detenido por la capacidad humana de recordar.
José Luis Parodi hace de la pintura una herramienta sicológica importante.  Cada uno de sus personajes se caracteriza por una impronta enigmática e inquietante. Los sujetos retratados, o caricaturas de estos, se presentan como seres indiferentes con miradas perdidas o desafiantes. Sus pinturas son la concreción de estados anímicos particularmente fríos o flemáticos, mujeres que muestran una distancia escalofriante y soberbia. Parodi descubre en la mirada una potente forma de exclusión y segregación, y en esta una manera acertada de hacernos sentir incómodos y fuera de lugar.
Teresa Puppo hace de las transparencias de su propia imagen un retrato que lidia entre lo grotesco y lo bello. Las imágenes interpuestas se difuminan y desfiguran en rostros faciales que producen desconcierto. Esto proviene de la imposibilidad de recuperar el rostro o los rostros originales, esa sensación radica en la necesidad por ver lo que esperamos ver. Es por esto que esa aproximación a lo desconocido proviene de esa indiferenciación y mezcla, parte conocida y parte por conocer. Puppo trabaja sobre la inquietante deformación del cuerpo que nos asalta y sobre esas imágenes que son autorretratos de momentos distintos, de tiempos diferidos. 
Maria Clara Rossi hace del retrato un medio de vínculo personal. Cada una de las personas retratadas pertenece a su espacio afectivo o próximo. El color es el aspecto protagónico junto con la obsesión por el detalle. Rossi busca que sus pinturas sean lo que dicen ser, reproduce de la manera más fiel posible en lo formal mientras que en lo cromático se toma licencias tonales que realzan la vitalidad de los personajes generando una vibrante armonía. Si hablamos con la artista descubrimos la arbitrariedad de algunos cambios, como por ejemplo: un color de pelo que no es tal o un piercing, un recurso que solo podremos descubrir si conocemos al retratado.
Guillermo Sierra se autorretrata de forma emblemática y austera: el torso desnudo y un documento en su mano izquierda. De esta manera pone en cuestión el concepto de identidad establecido. La imagen a la que nos enfrenta Sierra es el mismo tipo de imagen que el Estado usa para identificar y rotular a los ciudadanos. La potencia de la imagen está sostenida por su violencia contenida. El rostro marca una posición firme y sin sentimiento, una postura que revisa los mecanismos tanto identificatorios como identitarios.
Elián Stolarsky trabaja con una mezcla conceptual y técnica que yuxtapone: técnicas, imágenes y recuerdos generando una experiencia nueva y actual. El uso de transparencias le permite superponer retratos que el público puede articular y mover a su antojo, para así crear un diálogo interminable entre el pasado y el presente. La obra de Stolarsky trata sobre el transcurso del tiempo y cómo nos apropiamos del mismo. La posibilidad de participación por parte del público implica a su vez la posibilidad de que la obra nunca se clausure y siga cambiando.

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